Ayer se estrenó al final de la playa un mercadillo medieval ambientado
perfectamente y con un montón de cosas curiosas que llamaron a mi corazón
guerrero y medievalista forjado en tantas series de televisión como Xena o el
buscador. Encontrarte entre espadas de madera, ballestas, telares, cuero,
minerales, caballos y un sin fin de cosas jamás vistas en un mercadillo ante
estas características en este siglo, la verdad es que me hizo encontrarme tan a
gusto que incluso desee que estuviese más cerca de mí para envolverme de esa
esencia que parte de mi corazón.
Hoy hemos ido, mi familia y yo. Tomamos
los pies como medio de trasporte a pesar del cansancio y llegamos al lugar. Pero
como ya me di cuenta de pequeña, los caminos merecen la pena cuando descubres
tales bellezas en tu fin. Unas veces por el camino, otras por el simple lugar al
que fuiste a parar.
Todo fueron sorpresas cuando llegamos. Miraba absorta
cada centímetro del lugar esperando encontrar en la lejanía prados y prados
verdes llenos de árboles o incluso tierra a mis pies ensandaliados. Era
increíble. Hasta los vendedores y no vendedores del lugar vestían túnicas y
trajes de antaño. Y ahora me arrepiento de no haber inmortalizado ese momento.
Pero hubo algo que me desconcertó aún más y me llevo a un mundo a parte de
alucine total.
Uno de los vendedores, un muchacho de piel clara con el
pelo apizzarrado y una ligera barba simpática me dio conversación mientras yo
miraba las cosas que ofrecía en su pequeño puesto.
- ¿Has visto los anillos
de conchas? son bonitos ¿eh? Aunque claro, que te voy a decir yo.
- ¿los
haces tu?
- Sí
- Jolín pues si que tiene que llevarte tiempo sí.
El
silencio no le sirvió y siguió entablando conversación hasta preguntarme algo
que me dejó totalmente desconcertada. Me preguntó por lugares en los que salir.
Era del sur y no tenía ninguna idea de qué o dónde podía ir por la noche. Le
orienté, aunque no demasiado porque pude observar que no era muy capaz de
memorizar aquellos datos tan sumamente pésimos que le estaba dando. Y fue
entonces cuando preguntó: ¿y tú no sales hoy?
Contesté sin tan siquiera
pensar en lo que estaba pensando porque mi cabeza andaba dándole vueltas a la
razón por la cuál este muchacho habría preguntado tal cosa. El pensamiento fue
rápido y tal vez por eso me asombré y huí ligeramente despavorida unos segundos
más tarde.
Continué mi paseo por ese mundo medieval hasta que topé con mi
familia de nuevo y les pedí dinero para comprar algunas cosas. Entonces me
dispuse a mirar los puestos que me quedaban y en mi mente trataba de hacerme con
la forma de volver al puesto de las conchas para hablar con el sureño y de paso
comprar algunas conchas que debía comprar. Y simplemente opté por la vía fácil:
ir a lo que iba (las conchas).
Me dispuse a remover el bote donde se
encontraban, escogiendo cuidadosamente las conchas que más me gustaban y podían
ajustarse a lo que requería.
Cuando de pronto, aún habiendo una señora
delante escuché al sureño decir: es que me encanta tu camiseta.
Salí de mi
concentración para mirarle y descubrir a quién se refería y pude darme cuenta
que a pesar de haber más gente y de estar atendiendo a una señora, era a mí a
quien se refería.
Fue entonces cuando decidió una vez más comenzar una
conversación conmigo creando un mundo totalmente paralelo en el que los demás
dejaban de existir. Los paseantes iban por su camino y su parada en el puesto no
lo desconcertaba, ni a él ni a mí.
El segundo aporte fue tan directo que ni
una bala hubiese sido tan afortunada. ¿me das tu número? Preguntó, y sin dudarlo
dos veces le dije que sí.
Trataba de memorizar cada rasgo de su rostro
aunque sabía que minutos después quedarían borrados totalmente de mi mente. Pero
sin embargo, sería capaz de recordar, todos y cada uno de los datos que
pronunciara de su boca (27 años, Cartagena, Industria, FP y hasta aquella
pregunta a modo de risa que me dejo en stop al instante: Qué inteligente eres.
Cásate conmigo!) Si hubiese sido una película me reiría porque entonces ella
hubiese dicho: vale. Jaja Pero ni soy americana, ni esto es una película y por
mucho que me llamase la atención que aquel sureño medieval se fijase en mi
aquella noche, sabía que no era más que eso y una simple conexión
amical.
Una camiseta de naranjito, un moño despeinado con tupé
extremadamente enlacado y unas pintas de hombre increíbles le hicieron pararse,
mirar y hasta seguir adelante. Sin duda me gustó muchísimo y me sentí
enormemente valorada de forma física. Algo que nunca me había pasado. Tal vez
por eso lo creí tan especial.
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